Recuerdo que el primer día de clase creía que la conocía de algo. Y que aunque era octubre y estábamos en Murcia, llevaba chaqueta de cuero. No sé cuándo nos hicimos amigas ni por qué, pero no fue ese curso.
Tan perfeccionista que raya el desastre, que vive al borde de la explosión y yo nunca sé si de la risa o del llanto. Es la más formal y la más indiscreta, la macarra menos esperada, la chula más humilde, trabaja como una burra esperando mucho y a cambio de nada, le puede la pasión y, a veces, de buena es tonta.
Quedamos poco y cuando lo hacemos le doy lecciones de vida como si los meses que separan nuestros cumpleaños fueran décadas en las que yo hubiese adquirido una gran sabiduría. Pero sabe que no tiene que hacerme caso, que me tiene calada, que no soy tan buena ni soy tan mala.
Y que siempre esperaré a que termine de comer antes de levantarme de la mesa.
O*
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